


Si de algo se nutre el sistema cooperativo es de personas con la camiseta bien puesta, el compromiso bien plantado y los pies sobre la tierra.
Eduardo Campanella es veterinario y productor agrícola ganadero desde los años ochenta. En 1987, se acercó a la Cooperativa Agraria Limitada de Mercedes (Calmer) por cercanía familiar; era sobrino de algunos socios fundadores y un primo lo invitó a ser parte de las reuniones y le destacó lo bueno que tenía el sistema para los productores.
Una de las cuatro patas de la mesa cooperativa, y quizás una de las más importantes, es el trabajo honorario, al que los productores se comprometen a la par de las responsabilidades que tienen en el campo, y eso es uno de los elementos que Eduardo destaca hasta hoy. Hace muchos años que pertenece a la cooperativa y si algo ha visto es compromiso, en los buenos tiempos y sobre todo en los malos.
A lo largo de tantos años, Calmer ha pasado por escenarios muy prometedores y otros más desafiantes. Tiempo atrás la zona de influencia de la cooperativa tenía mucha producción ovina y los remates de lana, en grandes galpones y con el apoyo del Banco República, eran una cosa rutinaria. Pero el mercado empezó a cambiar, nació Central Lanera Uruguaya y muchos productores derivaron allí sus cosechas; por bastante tiempo se implementaron dos sistemas de venta de lana, el remate y Central Lanera, hasta que el martillazo se empezó a hacer más leve y un día el mercado cambió y el remate cerró.
La mayoría de los productores de la zona eran agrícolas y ganaderos, y con el paso de los años (y un cambio lento de rutinas) la majada fue achicándose y la vaca comenzó a pintar los campos de negro, marrón y blanco, siempre acompañada de la agricultura. Con el tiempo y esperanzas en la fuerza de la producción, en torno a la Central de Carnes se formó un emprendimiento, un frigorífico, en Santos Lugares, La Paz, al que las cooperativas podrían remitir su carne y tener así un negocio. Los socios de Calmer, como tantos otros miembros de otras cooperativas, se embarcaron en ese proyecto, pero sin saber que fracasaría y los enfrentaría a uno de sus mayores momentos de incertidumbre. El problema era económico, existía una deuda con el Banco República por aquel frigorífico que no había andado que había que saldar, lo que significaba un compromiso que debía cumplirse con responsabilidad. Y así fue, costó mucho salir a flote de aquel gran charco, pero se logró. ¿Cómo? Con un gran valor: la solidaridad. Eduardo recuerda que en aquella época Jaime Hareau, el presidente de la cooperativa, cinchó mucho para que el problema se arreglara, tanto que hasta llegó a poner un camión entero de ganado a faena aun sabiendo que el negocio no iba a funcionar con el fin de aminorar la carga de aquella deuda. «Agarró la bandera, y ese es un sentimiento difícil de encontrar hoy», reconoció.
Primero la lana, luego la carne y también con los granos pasaron malos momentos, pero en todos hubo un hilo en común: pese a las difíciles situaciones, siempre se le pagó su trabajo al productor. El productor siempre en el centro y una gran confianza, eso es una convicción de los de ayer y los de hoy en la cooperativa.
La confianza en el trabajo también trajo consigo la inclusión y, en una época en la que no era tan común hablar de equidad de género a nivel laboral, Calmer tuvo a su primera gerenta, la señora Ruth Díaz, entre 1988 y 1991, una mujer que sabía negociar, sabía presentar productos del campo, así como sus necesidades y obligaciones, y sabía buscar soluciones y discutir. Varios se resistieron a su presencia, pero ella se hizo su propio lugar a base de mucho trabajo y esfuerzo y de a poco y con los años las mujeres integraron cada vez más la cooperativa, abriendo así el panorama y el diálogo, algo tan importante en todos los ámbitos.
Formar parte de las Cooperativas Agrarias Federadas (CAF) fue fundamental para impulsar el diálogo, porque la tierra no termina en Mercedes y entender las realidades de otros productores del país era tan importante como compartir sus necesidades. A más manos, más fuerza y a más cabezas, más ideas. Varios años han pasado y varios destinos han recorrido los productores. Paysandú, Salto, Minas, Eduardo guarda en sus recuerdos aquellos lugares de reunión y aquellas experiencias compartidas en las que se potenciaba la discusión, el conocimiento y también el acompañamiento. Horas de ruta, encuentros previos y después de asambleas, anécdotas, todo forma parte de su historia de cooperativista, como aquella vez que CAF hizo un congreso en La Paloma y se agotó el alojamiento porque el balneario se llenó de productores. No fueron solo momentos, también sentimientos compartidos a lo largo de los años. De aquellos encuentros aún rescata que, más allá de estar de acuerdo o en desacuerdo, «siempre es bueno impulsar los ámbitos de diálogo». La carrera en el cooperativismo les ha dado mucho y ellos, con la camiseta puesta, lo han devuelto, convencidos de que recorrer los caminos juntos
El cuidado y fomento del productor rural siempre estuvo en el centro del trabajo de la cooperativa, desde el inicio y a lo largo de los años.